sábado, 7 de abril de 2012

Sentada estuvo bajo el acantilado en la orilla de aquella pequeña playa hasta el ultimo día.

Nadie le decía nada, todos la veían dirigirse allí y sentarse en el mismo lugar de siempre con una pequeña caracola en la mano, siempre dejando que el mar tocara con delicadeza sus pies, haciendo que las tardes allí fueran eternas como si estuviera esperando a que algo saliera del mar para hacerle compañía. 
Un día se acercó un niño que por allí jugaba. 
- ¿Te puedo hacer una pregunta? - Dijo el pequeño. 
- Recita aquella pregunta que tus dudas remueve con la esperanza de obtener respuesta alguna. - Contestó ella. 
- ¿Qué tanto esperas aquí? 
Ella se levantó, sin dejar de mirar al mar, y dijo: 
- Lo que tanto espero es que las oscuras profundidades de estas aguas se lleven la oscuridad que en mi interior habita y por fin poder librarme de estas cadenas de conciencia que desde mi pasado se forman con cada vez más fuerza. - Susurró. - Pequeño muchas gracias por preguntar, ahora sé lo que por fin debo hacer. 
- ¿Qué vas a hacer? 
La joven se dirigió mar adentro y sin poner la vista atrás dejó que el mar la llevara consigo, desapareciendo entre la espuma de aquellas revueltas horas en un misterioso atardecer de dudas.

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